¿Cómo fuiste acunado? Memoria implícita y apego

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«La memoria es el modo en que los acontecimientos pasados influyen sobre la acción futura» – Siegel.

Nuestras experiencias pasadas influyen sobre como nos comportamos en el presente y sobre cómo nos relacionamos con otros. Este proceso no siempre es consciente, puede almacenarse en lo que se denomina memoria implícita. Por ejemplo, pensemos en una persona que en su infancia ha experimentado que ante su necesidad/malestar había una figura que le protegía, le calmaba y percibía sus necesidades. Esta persona almacena la secuencia y en su vida adulta actúa conforme a ella. Podría, por lo tanto, manejar mejor su malestar, porque ha aprendido a través de esa interacción tan primaria, que se puede reponer de él. Sería algo así como «ante el malestar hay consuelo«.

Hasta nuestro segundo año de vida, todo lo que aprendemos o almacenamos se hace de esta forma, en nuestra memoria implícita. A partir de los dos años, debido a la maduración del hipocampo y el córtex orbitofrontal, ya tenemos recuerdos conscientes. Aparece lo que se denomina memoria explícita, donde almacenamos acontecimientos que podemos recordar. Estos recuerdos, en la memoria explícita, tienen un orden, están situados en el espacio y el tiempo. Esto es lo que permite, por ejemplo, que podamos pensar sobre nuestra vida, como si fuera una novela con capítulo ordenados que crean una historia.

¿Por qué es tan importante la memoria implícita? Porque contiene nuestra forma particular de estar en el mundo y la forma en que cada uno se relaciona y está con otros. Volviendo al ejemplo del bebé, pensemos que éste ante su necesidad/malestar en vez de encontrar una figura que le calme, encuentra una que ignora su malestar. Este bebé podría aprender que expresar sus necesidades es contraproducente y poco a poco se va desconectando de ellas. De este modo evita volver a sentirse rechazado o abandonado. Sería algo así como «el otro no  va a calmar mi malestar cuando lo expreso,  así que mejor no hacerlo y no darme cuenta de que ese malestar está ahí«. Esta forma de funcionar ya está constituida a los 12 meses de edad y nos acompaña durante toda la vida. Aunque puede ser modificado a través de sucesivas relaciones significativas.

Bowlby y Mary Ainsworth son pioneros en el estudio de estas interacciones tempranas entre el bebé y sus cuidadores. A partir de sus trabajos se elaboraron cuatro tipos de interacción o apego: seguro, evitativo, ambivalente y desorganizado.

Fain, en 1971, describía cómo influye la forma de acunar al bebé sobre éste. Cuando el acunamiento es amoroso y empático, el sujeto conforma una base profunda de seguridad y protección ante las vivencias de desamparo y desbordamiento. Mientras que, si el acunamiento es distante, mecánico y calmante, el sujeto se queda como un buscador eterno de algo que no sabe que busca, pero que necesita para estar en calma.

Es importante diferencias aquí entre calmar y satisfacer. Satisfacer se corresponde con el primer tipo de acunamiento. Calmar conduce a movimiento mecánicos de descarga (PAC) como lo son caminar hasta el cansancio, conducir rápido, escuchar/tocar música hasta quedarse aturdido, … Todos tenemos algún PAC, el más habitual es garabatear en un papel durante una conversación.

Aquí rescato un ejemplo de una paciente en terapia de Elsa Wolfberg.

«Una paciente en terapia, reservada en sus sentimientos y con dificultad de abordar planos profundos en la intimidad de sus vínculos, hizo una experiencia de conexión con su cuerpo. A propuesta de la terapeuta hizo uno de los ejercicios -doblarse sobre sí misma en posición fetal en el suelo- y sorpresivamente le subió a la garganta un llanto incoercible que duró horas y cuyo significado pudo descifrar en la sesión. Nunca hasta entonces había “sabido” cuánto anclaje tenía en su cuerpo una experiencia de soledad y desconexión que previsiblemente ocurrió durante el embarazo y los primeros tiempos de su vida, a raíz de la muerte de su abuela un año antes de nacer ella. La madre tenía un intenso apego a su propia madre y quedó inconsolable. La paciente lleva el nombre de esa abuela. Esto da la medida del duelo de la madre, de la añoranza de la paciente de lo que no fue, del dolor de no haber podido convocar intensamente a una madre triste y en duelo. También dio la posibilidad de cambiar en la terapia el significado de su nacimiento y abrir senderos para sus anhelos de proximidad.«

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